Un día más, me levanté bastante temprano para ir a trabajar a la empresa donde ejercía labores de contable. Solía ir andando, pues no tengo coche y en esta ciudad no había grandes distancias que me resultaran insalvables. Solamente cogía el autobús urbano cuando hacía mal tiempo o estaba muy cansado.
Pero aquel día soleado del mes de marzo me hacía disfrutar de un placentero paseo de regreso a mi apartamento, sobre las 15:00 horas, cuando me encontré unos metros antes de llegar al portal número 7, donde vivía, con Delia. No la veía desde que, unos días antes, tuviéramos el encuentro sexual que ya he relatado. Venía del supermercado y la claridad que imperaba aquella tarde hacía resaltar más su belleza: los rayos del sol incidían directamente en sus rojizos cabellos, dándole un brillo que sería la envidia de cualquier estrella de cine y las facciones de su cara parecían recitar las más románticas poesías.
-Buenas tardes, Alejandro. ¿Vienes del trabajo?
-Hola, Delia. Así es. Últimamente, me tiene algo atareado –respondí.
-Supongo que no se te ha olvidado un asuntillo que tenemos entre manos, ¿verdad? –me dijo con una voz muy provocadora –Así que esta tarde no hagas muchos planes, puesto que luego pasaré por tu piso.
Y se alejó mientras la veía contonear sus pecaminosas caderas y escuchando el taconeo de aquellas botas tapadas por unos pantalones negros que se ceñían perfectamente a sus curvas peligrosas.
Di media vuelta para dirigirme a mi apartamento. Estaba hambriento, pues no había podido tomar nada a media mañana y había desayunado antes de las 8 de la mañana. Y, como tampoco me apetecía cocinar nada, abrí un armario de la cocina y cogí la primera lata de comida precocinada que encontré. Así que sólo había que calentarla en el microondas y saciar mi apetito. Me quedé dormido sobre la mesa en la que comí hasta que me despertó el timbre de la puerta.
Me imaginaba quién podía ser:
-Hola, campeón –me saludó Delia mientras que con su dedo índice palpaba mi pecho, por fuera de la camisa.
-Adelante –le respondí dándole un fuerte azote en el culo que la empujó hacia dentro de la casa.
Sólo con esta presentación, ya empezaba a tener una erección.
Aparte, ¡vaya cómo venía vestida la nena! Traía una camiseta blanca de ¾ de manga muy ajustada que le marcaban unos pechos grandes y hermosos, poco quedaba a la imaginación. Además, puede observar que no llevaba puesto sujetador, lo cual me calentaba todavía más, con los pezones levantándose en armas. La camiseta tampoco era muy larga, por lo que iba enseñando el ombligo.
Bajando la vista, pude comprobar el buen gusto que tenía para ir de forma provocativa (ella podía hacerlo), pues le vi una minifalda de cuero negro que se ceñía a sus nalgas como si fuera una segunda piel y unas medias negras un poco más claras que las de la vez anterior, muy sexys. Finalmente, las botas me quitaron el habla; mi erección era ya considerable, no me podía reprimir al ver esos tacones sin fin que mantenían su duro culo unos 12 centímetros más alto. Esas botas, también de cuero negro, eran altísimas, pues se elevaban por encima de las rodillas ajustándose al muslo. En todas mis relaciones sexuales, era la primera vez que tenía así de cerca un artículo que me provocaba tanto placer.
Llevándose el dedo a los labios, pintados de un color discreto pero brillante, y mordiéndose el labio inferior, me hizo una pregunta que, claramente, era más retórica que consultiva:
-¿Me enseñarías tu habitación?
La conduje hasta mi cuarto y lo inspeccionó a fondo durante unos instantes; examinó una a una todas las fotos que tenía por la pared interesándose por mis amigos, los lugares en que se tomaron, las circunstancias, etc.
Se situó a escasos centímetros de mí y me empujó con fuerza, cayendo sobre la cama. Delia, a continuación, se colocó encima de mí, acomodando sus rodillas a ambos lados de mi cintura e, inclinándose, me besó con pasión mientras me desabotonaba la camisa dejando mi torso al descubierto. Me acariciaba, a veces me clavaba las uñas en mi pecho, bastante velludo, lo cual le gustaba mucho. Yo, por mi parte, intentaba tocar lo que podía, así, mis manos estaban en continuo contacto con sus consistentes tetas, pasaba mis manos por sus botas, uno de mis fetiches desde hace años, las subía por sus piernas ocultas tras unas suavísimas medias de las de liga de encaje, le acariciaba en el interior del muslo puesto que esto vuelve locas a todas las mujeres y, con mi vecina, no era diferente.
Tras dejarme descubierto de cintura para arriba, me quitó el cinturón y me bajó los pantalones, arrancándomelos, prácticamente, junto con las zapatillas de andar por casa y los calcetines. Pasaba su mano por fuera del slip, siguiendo la forma que hacía mi abultado pene hasta que me lo quitó, dejando a su vista una polla que, a estas alturas, ya estaba bastante gorda.
No perdió el tiempo y se puso a mamármela. Lo hacía muy bien, pues estimulaba el glande con su paladar y se la metía hasta el fondo, incluso
podía lamerme los huevos. Me pajeaba, se la sacaba de la boca y la recorría con su lengua húmeda y, al mismo tiempo, ardiente; estudiaba cada una de sus protuberancias e irregularidades mientras que me dedicaba penetrantes miradas, cada cual más lasciva, con sus enormes ojazos color castaño. Me estabaprovocando un placer que casi no podía soportar, sabía lo que hacía, era una maestra en la que se notaban sus años de experiencia, que yo la estaba degustando en mis propias carnes. Indescriptible.
Abandonó la tarea que le ocupaba y se puso de pie frente a mí. Sin dejar de mirarme, se quitó su camiseta-short mostrándome sus hermosos senos. Se los cogió uno con cada mano diciéndome:
-¿Te gustan? Cien por cien naturales, no hay silicona ni demás materiales extraños.
-Claro que me gustan. Déjame que te las coma, pues no he tomado postre –respondí lo primero que me vino a la cabeza.
-No te impacientes. Antes vamos a jugar un poco, ¿te parece? –sugirió con una sonrisa pícara y obscena.
Esto me dejó un poco sorprendido, por lo que me limité a esperar acontecimientos. Estaba dispuesto a caer rendido a sus pies y a encomendar mi placer a esta bellísima vecina, que embriagaba mi voluntad.
Colocó su bota derecha al lado de mi cabeza y con un tono firme y estricto me ordenó lamérsela. Estaba yo un poco indeciso, pero lo hice de inmediato, era una objeto fetiche para mí. Tenían un gusto a cuero; si bien es cierto que nunca lo he saboreado, pues es ésta la primera vez, sí que he tenido en mis manos otros artículos de cuero, como los guantes, y el olor que resultaba un tanto familiar.
Así pues, mi lengua recorría las interminables botas de abajo a arriba, de un lado a otro, chupaba la punta (ya sabéis la frase: “lleva unos zapatos de los de chúpame la punta”. Pues yo la aplicaba de forma literal. Me excitaba muchísimo), lamía los altos y finos tacones como si les estuviera haciendo una mamada, de hecho, lo hacía como unos momentos antes Delia me practicaba una deliciosa felación: me los introducía en la boca, los chupaba, retiraba la boca y los repasaba con la lengua a través de su longitud. Los estaba disfrutando.
Cuando mi vecina lo consideró oportuno, retiró la bota de donde la tenía y me la iba pasando por el pecho, en ocasiones clavaba los tacones en mi cuerpo provocando la emisión de algún leve gemido que indicaba más el placer que el dolor. Delia se percató de ello y lo hacía con más frecuencia. Continuó con su trayectoria descendente, bordeando el ombligo y llegando a la zona pélvica donde se encontraba mi verga con una erección plena. Claro está, se detuvo por aquí un buen rato: mientras me separaba las piernas todavía más, la suela de las botas recorrían mi miembro desde la base peluda hasta la punta, dilatada y enrojecida, me estimulaba los alrededores moviéndose en círculos, no sé si concéntricos o no, me pisaba los testículos a la vez que detenía sus grandes ojos en los míos observando el gusto que me producía aquella “tortura” y, continuando su camino, con la erótica punta de las botas recorrió el perineo hasta que llegó al ano, donde se detuvo haciendo movimientos vibratorios para que pudiera degustar ese placer.
Retiró la punta ligeramente y, ahora, podía observar un altísimo tacón amenazante que se preparaba para actuar: lo utilizaba para presionar levemente sobre mi falo, al igual que con los huevos y la base del pene. Lo dirigió hacia mi culo y me penetró fuerte, introduciéndolo en mi ano. ¡ME ESTABA DANDO POR CULO CON EL TACÓN DE UNA BOTA! Nunca antes habían hecho algo así, salvo un par de amantes que les gustaba meterme un dedo en el culo mientras follábamos, pero nada comparado con esto. Mis flojos gemidos se habían convertido en gritos. No temía por el ruido, puesto que vivo en el último piso del edificio y en el de abajo no se alojaba nadie aún.
Delia continuaba follándome, sodomizándome mientras me miraba con una cara de viciosa que me ponía a mil. Me estaba introduciendo un tacón de unos 12 centímetros que, para un culo virgen, creo que es suficiente y con la suela me presionaba la polla y los huevos; a parte de follarme, me pisaba, una delicia. Esto me provocaba un vaivén continuo que duró unos minutos más hasta que no pude aguantar y me corrí encima. Mi ardiente semen salía a borbotones yendo a parar a mis piernas, abdomen, vello púbico y Delia ayudaba masturbándome, agitando fuertemente mi chispeante verga agotando momentáneamente mis reservas de esperma. Con una risita maliciosa sacó el tacón de mi dolorido ano pero mi cerebro no opinaba lo mismo, pues estaba entregado a mi vecina y ocultaba el dolor bajo un manto de lujurioso placer.
-¿Te habían dado antes por culo, Alex? –inquirió.
Aunque tengo algunos amigos y conocidos que se llaman Alejandro, como yo, y les llamábamos Alex, era la primera vez que se dirigían a mí de esta forma.
-Eres la primera. Has tenido el honor de desvirgar mi culo –respondí entre jadeos.
-Pues si te ha gustado podríamos repetir en otra ocasión –dejó este comentario en el aire –ahora, si te parece, continuemos.
Sonó casi a una orden pero no hacía falta que me dijera nada, pues ya estaba lanzado, excitadísimo y con la verga más dura que nunca. Así, me levanté de la cama y le dediqué un voraz beso metiéndole la lengua todo lo dentro que puede y absorbiendo su saliva, me encantaba. Bajé presto lamiendo su bello cuello en dirección a sus hermosos pechos. Aquí me detuve jugueteando con ellos, cogiéndolos con las dos manos y apretando fuerte, babeándolos, lo cual no le importó a Delia, estimulando sus erectos pezones de un color rosado oscuro, pellizcándolos y mordiéndolos. Me daba muestras del gusto que le estaba provocando.
La volví a besar, al tiempo que le bajaba la cremallera de la minifalda, dejándola caer a lo largo de sus piernas hasta que se estrelló en el suelo; levantó alternativamente sus piernas y se deshizo de ella. Le acariciaba la parte interior de sus desnudos muslos, ya que era una zona inaccesible para la goma de encaje de sus sexys medias. Arrodillado ante ella, le bajé el tanga negro y muy pequeño que todavía cubría sus partes más íntimas y deseadas por mí en esos momentos, dejando al descubierto su húmedo coño que lo tenía ante mis narices. Me acerqué hasta él y comencé a chupárselo, a lamerlo con ansia deteniéndome en su dilatado clítoris e impregnándome de sus fluidos vaginales, que a medida que avanzaba el tiempo eran más generosos. Ahora le tocaba a ella recibir todo el placer que antes me había dado o, por lo menos, una parte ya que me hizo disfrutar muchísimo. La miraba a los ojos de vez en cuando y me sentí satisfecho al ver el deseo grabado en su rostro, gemía, jadeaba, me indicaba dónde debía detenerme para trabajar más a fondo una determinada zona y yo lo hacía al instante. Quería que se elevara al séptimo cielo.
Me levanté y la tumbé sobre la cama, boca arriba. Le separé las piernas y me metí entre ellas dirigiendo mi polla hacia su vagina. La embestí con un fuerte golpe introduciendo mi falo hasta el fondo, provocando en Delia un grito apagado mientras que con sus manos se agarraba con fuerza a mis brazos. Tenía las rodillas flexionadas lo que me permitía libertad de movimientos con las manos, por lo que le sobaba las tetas que, pese a la postura en la que estaba, no se le derrumbaban demasiado, le estimulaba el clítoris nuevamente y luego llevaba ese dedo hasta su boca, dándole a probar su marcada excitación. Delia, me envolvía con sus piernas, lo cual era muy placentero ya que mi cuerpo entraba en contacto con el suave tacto de sus medias, se ubicaba para lograr una penetración más profunda y, en los momentos en los que sentía más placer, se sujetaba con fuerza a mi cuello y hombros clavándome, a veces, sus cuidadas y arregladas uñas en mi piel, dejándome una pequeña marca que indicaba el paso de una desbordada pasión.
Continué mi movimiento de penetración incrementando el ritmo a medida que aumentaba mi excitación. Esto estaba siendo ya una follada salvaje, las tetas de mi vecina no paraban quietas, pareciendo que se iban a salir de órbita abandonando su cuerpo, su hermosa media melena pelirroja caía de forma desordenada por encima de la cama y de su cara, quedándose quieta debido al sudor. Como después me diría, había tenido bastantes orgasmos a aquellas alturas y la zona pélvica un poco mojada. Ya no podía más y se lo hice saber, a lo que ella me indicó que me corriera en su boca, quería tragarse mi leche calentita. Saqué mi polla de su coño y ella se abalanzó sobre mi verga metiéndose en la boca el capullo mientras me pajeaba esperando la lefa. Este momento finalmente llegó y me corrí dentro de ella. A pesar de ser la segunda eyaculación, fue copiosa, salió abundante cantidad de esperma pues mi excitación era mayúscula. Y Delia se lo tragó todo, por la comisura de sus labios no se escapó ni una sola gota. Abrió nuevamente su boca para que comprobara que, efectivamente, no quedaba semen en su lengua poniendo una cara de viciosa que era mi deleite. Le encantaba que me corriera en su cara y así sentir mi caliente líquido.
Habíamos estado follando durante más de una hora y el cansancio era notorio pues estábamos exhaustos, tumbados encima de la cama abrazados en una postura muy cariñosa, ya que su cabeza descansaba sobre mi pecho y con la mano rozaba suavemente mi rostro. No puedo precisar cuánto tiempo estuvimos así, pues yo estaba embriagado por Delia, por su belleza, su perfume, su tacto, era suyo y ella era dueña de mi voluntad.
Pasó un buen rato, cuando llegó la hora de su marcha. Se vistió con la ropa que se había quitado y se recompuso la que le quedaba puesta. Se peinó y lavó la cara y se fue. Esta vez sí que habíamos intercambiado los números de nuestros teléfonos para quedar para otra desafiante relación sexual.