Mi novia, Mi suegra y Yo.

Mi novia, Mi suegra y Yo.

by March 23, 2012

Conocía a Andrea de vista pues vivía en un piso bajo el mío, la había visto un par de veces, pero nunca habíamos conversado. El vivir en una gran ciudad nos torna más apresurados. Mas una noche que regresaba muy tarde, la encontré tratando inútilmente de entrar al edificio. Había perdido las llaves. Así es c ómo la conocí. Hace ya seis meses de eso y habíamos congeniado a la perfección, tanto intelectual como sexualmente.
Andrea vivía con su madre que estaba separada desde hacia dos años….

 

Su padre hacía su vida en el extranjero (nunca pude saber en qué país exactamente) y raras veces sabían nada de él. Maria, así se llamaba la madre, era una mujer espléndida de cuarenta y pico de años terriblemente encantadores y sensuales. Es más, la edad le había dado una belleza y sensualidad que ninguna chica joven por guapa que fuera podría imitar. Era algo etéreo que se había forjado con los años (hay mujeres que nunca lo logran).
Con el tiempo, empecé a entrar en su casa con tanta naturalidad como en la mía, ya era casi como de la familia. Muchas veces hacíamos el amor en el cuarto de Andrea mientras ella estaba en el trabajo. La verdad es que no puedo precisar el momento exacto en que empezó mi fascinación por su madre, pero poco a poco el simple recuerdo de aquella mujer daba rienda suelta a mis fantasías. Mi atención se iba centrando en Maria
Una de mis primeras experiencias en ese campo fue con un detalle en el que no había reparado. Después de bañarse al regresar del trabajo, ella siempre dejaba las bragas en el baño. Nosotros siempre la esperábamos tomándonos un refresco y viendo la tele en el comedor, comentando las cosas que nos habían sucedido ese d ía. Cuando ella se sentaba con nosotros, yo me disculpaba y me dirigía al baño, mientras Andrea conversaba con su madre. Ya antes de entrar estaba excitado. Me sentaba en el inodoro, cogía sus recién cambiadas bragas en mi mano, rodeaba mi duro pene con ellas y comenzaba a masturbarme lentamente, cerrando los ojos, tratando de que esos minutos fuesen lo más largos y excitantes que pudiera. Pensaba en que esa tela que se estaba mojando con mis jugos, había estado cubriendo su concha solo unos minutos antes. La veía de lo más deseable, e imaginaba que al estar separada se pasaría todas las noches pensando en el hombre que volviese a darle lo que ella necesitaba. En mi mente, era la mujer más caliente y ansiosa de sexo de la historia. Un día, me propuse descubrir si estaba en lo cierto.
Llegué a saber el color de las bragas que llevaba con solo fijarme en la forma en que se marcaban sobre su ropa. Cuando cenábamos, si llevaba una falda corta siempre se me caía algo debajo de la mesa. Ya os he dicho que me fascinaba su ropa interior, pero me gustaba más vérsela puesta. No desperdiciaba un instante con tal de verle las bragas. Me encantaba ver cómo cubrían su intimidad, cómo tapaban el dulce agujero que escondían sus labios vaginales
Con el tiempo me di cuenta de que ella empezaba a sospechar de mi conducta. Pero, en lugar de mostrar disgusto o desagrado, me sorprendió ver que me alentaba a seguir con mi juego. Me di cuenta de esto pues de pronto empezó a resultarme mucho más fácil encontrar sus prendas. Mis sospechas quedaron confirmadas un día en que, al salir del baño nos cruzamos en la puerta.
– Parece que hoy tienes mucha prisa por entrar, ¿eh? -me dijo con una sonrisa tentadora y llena de picardía que me hizo sonreír…
Cuando entré vi que había dejado sus bragas recién cambiadas sobre la tapa del inodoro, como una especie de regalo. Me las acerqué a la nariz para sentir el dulce aroma de su flujo íntimo. Todavía estaban algo húmedas y me envolví rápidamente el pene con ellas para masturbarme salvajemente. De repente, oí que llamaban a la puerta.
– ¿Puedes abrir un momento? -dijo Maria desde el otro lado de la puerta.
– Sí, sí, ya voy -contesté nervioso, mientras limpiaba los restos de semen con las bragas y las dejaba donde las había encontrado. Luego, me apresuré a abrir.
– Perdona que te moleste, pero he venido a buscar mis bragas ¿Las has visto? -me preguntó y no supe qué contestar.
– Esto… Sí, pero se me acaban de caer al suelo y están un poco mojadas -contesté lo primero que se me pasó por la cabeza.
– No importa, las tengo que lavar -me contestó.
Se agachó para recogerlas y ya se dirigía hacia la puerta cuando de pronto se detuvo. Se dio la vuelta y vi que tenía las manos blancas, llenas de mi semen. Las bragas estaban tan empapadas que al tocarlas, mi leche había salido por todas partes llenándole las manos. Su mirada pasó lentamente de sus blanquecinas bragas a mi rostro. Su expresión era tan compleja que no sabía a ciencia cierta lo que iba a pasar.
– Marcos, yo no me imaginaba que tú… -empezó a decir y me preparé para lo peor.
– Mamá, ven que empieza la película… -interrumpió afortunadamente Andrea desde el comedor.
– Ya va cariño -dijo en voz alta para que su hija la oyese y sosteniendo las chorreantes bragas en su mano añadió- Bueno… de esto hablaremos otro día. Ahora vamos al comedor.
Volví con Andrea mientras ella se quedaba en el baño limpiándose las manos. Poco después apareció y se sentó sin decir palabra. Al terminar la película, todo siguió normal. Andrea y yo nos quedamos charlando mientras Maria iba hacer la cena. Unos quince minutos después le dije a Andrea que me iba a la cocina a ayudar a su madre. (Yo quería realmente saber cómo había quedado todo, qué iba a hacer su madre.
– ¿Te puedo ayudar? -le pregunté.
– No hace falta -me contestó sin inmutarse, como si hubiese estado esperándome- Esta salsa es muy fácil de hacer. Aunque, pensándolo mejor… sí, cuídamela mientras me cambio. Remueve un poco de vez en cuando con la cuchara para que no se pegue.
Salió de la cocina dejándome allí con la cuchara en la mano, dándole vueltas a la salsa y con la cabeza llena de interrogantes. Creía conocer a la madre de Andrea, era una mujer de mundo y eso me mantenía intrigado. Al fin y al cabo, lo que había hecho no había pasado de ser un simple juego. De pronto, escuché su voz hablándole a su hija en el comedor.
– Cariño, anda a la panadería y compra unos panes -le dijo.
– Pero, ¿por qué? -contestó Andrea enfadada- Hay pan de sobra.
– No, esta mañana me he equivocado al comprar y ahora va a faltar para la cena -la corrigió- Que te cuesta si está ahí al lado.
– Está bien -le contestó y levanto la voz para que la oyera – Ahora vuelvo, cariño.
Seguí dándole vueltas a la salsa, pensando en lo que pasaría a continuación. No habían pasado ni tres minutos cuando regresó de la habitación. Me di la vuelta y tuve que aguantar la respiración para no parecer un completo pelotudo. Lo que vi, en otras circunstancias hubiese sido de lo más normal, pero en el estado en que se encontraba mi cabeza aquello fue la gota que colmó el vaso.
Se había puesto una falda no muy corta pero con vuelo, que la hacía parecer aún más sexy . Pasó tranquilamente por mi lado y se acercó al horno. Se agachó a encenderlo y el trasluz que provocó la bombilla del horno me permitió admirar sus piernas al detalle. Se agachó aún más dejando a la vista el principio de unas preciosas braguitas rosas de algodón que yo no conocía. Se las había puesto por mí. Creo que ese día comenzamos a jugar al mismo juego.
Desde entonces hasta la hora de la cena no noté ningún otro cambio importante, solo pequeños detalles disimulados hábilmente para que únicamente yo me diera cuenta de ellos. Naturalmente, eso me excitaba mucho más.
Más tarde, ya sentados y cenando alrededor de la mesa, empezamos a discutir sobre las cercanas elecciones. Yo hablaba pero no prestaba realmente atención a lo que decía. Debajo de la mesa mi pene amenazaba con romper el pantalón, me temblaban las rodillas y no sabía que hacer. Pero al mismo tiempo me sentía excitado por la situación.
¿Qué té pasa Marcos? -me preguntó Andrea que se había dado cuenta de mi nerviosismo.
– Nada, cariño -le contesté.
– ¿Es que no te gusta la cena? -intervino Maria con una sonrisa.
– No, para nada, al contrario -le respondí rápidamente- Ya sabes lo mucho que me gusta cómo cocinas. Creo que es tan solo un dolor de cabeza pasajero. Eso espero.
De repente, se me cayó el cuchillo, pero no fue como otras veces que lo había tirado a propósito. Esta vez se me cayó de verdad. Me quede inmóvil mientras ellas seguían hablando.
– Si es un dolor de cabeza, con una aspirina basta -decía Maria- Pero, si es mal de amores…
– Mamá, no digas eso -contestó Andrea- Sabes que le cuido muy bien.
Por fin me decidí a recoger el cuchillo que descuidadamente se me había caído y me agaché debajo de la mesa. Enseguida vi el cuchillo, pero al recogerlo no pude evitar levantar la vista hacia las piernas de Maria. Para mi sorpresa, vi cómo las separaba un poco dejándome ver completamente las bragas rosas que antes solo había entrevisto y una porción del vello de su pubis que asomaba por entre ellas, todo ello sin dejar de hablar con Andrea. De pronto, separó aún más las piernas mostrándome una enorme mancha en el centro de sus labios, sin duda causada por sus jugos, y por fin cruzó las piernas, dando con ello fin a su función. Aquello duró tan solo un instante.
Nada más levantarme, me disculpé diciendo que tenía que ir al baño, cosa que era verdad, pero no por las razones que ellas pensaron. Caminé por el pasillo rápido pero sin parecer ansioso, entré en el baño y apenas cerré la puerta me la saqué y comencé a masturbarme. Todavía no había terminado, cuando oí que tocaban a la puerta.
– Claudio, soy yo -era Maria- ¿Te sientes mejor ahora?
Era una pregunta de lo más normal, pero la forma de decirlo me hizo pensar que aquellas palabras tenían un doble sentido que solo ella y yo conocíamos.
– Sí, ahora me siento mucho mejor… -le dije sin dejar de masturbarme con una voz que no dejaba lugar a dudas sobre lo que estaba haciendo.
– ¡Perfecto! Has visto como yo siempre tengo razón -continuó diciendo- Cuando acabes… vuelve a la mesa. Yo voy a por el postre y por una aspirina, por si todavía te hace falta.
– Gracias, enseguida termino -le respondí.
Lo cual era verdad y de qué manera… Un torrente blanco sobre los azulejos… Era esa época de transición entre el otoño y el invierno, y los cambios bruscos de clima afectaron a Andrea que tuvo que guardar cama unos días. Cuando ya casi estaba recuperada, recayó y tuvo mucha fiebre. El médico le recetó una enorme cantidad de medicinas y una buena temporada de reposo. Los cuidados de su madre y mi compañía hicieron que su enfermedad pasase lo menos aburrida posible. Ese tiempo sirvió para que Maria y yo nos uniéramos mucho más, nos desvivíamos para que nunca le faltase nada a Andrea. En esos días el juego nos iba involucrando ya a ambos.
Por las noches no era extraño que me quedara a dormir en la sala de estar, así podía pasar más tiempo con Andrea. Durante su convalecencia, Andrea había adoptado un nuevo vicio que vino a unirse con los que ya teníamos. Quizás era la proximidad de su madre o el peligro de lo prohibido lo que la excitaban de aquella manera. La cosa es que, todas las noches, antes de irme a dormir, me hacía una mamada para ‘despedirse’ de mi pene.
Una noche me acerqué a la cabecera de su cama para darle las buenas noches, como siempre. Ella me miró a los ojos y puso suavemente un dedo en sus labios.
– Voy a despedirme de ella -me dijo en voz baja.
Me acerqué aún más, saqué mi pene y se lo metió todo hasta el fondo, luego hizo lo que más le gusta, jugar con la lengua alrededor de mi glande.
– Tienes que estar atento por si viene mi madre. No creo que le gustase que su hijita tuviese la pija de su novio en la boca estando tan enferma -dijo con picardía.
– Voy acabar… -le avisé cuando ya estaba a punto.
– En la cara, hazlo en la cara -me rogó cerrando los ojos y abriendo la boca, ansiosa por recibir el chorro de leche sobre ella.
Agarré mi pija con la mano y comencé a moverla frenéticamente. De repente, por el rabillo del ojo vi cómo se entreabría la puerta de la habitación, pudiendo distinguir la conocida silueta de Maria. Debería haber parado, pero lo que tenía entre manos estaba ya demasiado avanzado como para dejarlo, así que continué pero poniéndome de lado para que nuestra espectadora tuviera una mejor vista. Sin más lancé toda mi leche sobre la cara de mi novia, yendo a parar algunos chorros a su pelo y sobre la almohada. Mientras, la mano de Andrea se movía bajo las sabanas a la altura de su entrepierna como una serpiente.
Cuando acabó el espectáculo, Maria golpeó la puerta como si acabase de llegar y entró. Apenas tuve tiempo de guardarla en el pantalón y disimulando me senté sobre la cama. Andrea había cogido rápidamente un pañuelo de la mesilla de noche y pasándoselo por la cara simuló sonarse la nariz.
– Vamos, es muy tarde -dijo – Mañana pueden seguir hablando, pero ahora es hora de dormir. Mañana después de la oficina vamos al cine.
– Sí mama, me encanta ir al cine. Nos estábamos despidiendo -dijo Andrea sonriente.
– Es verdad, estábamos en plena despedida -agregué yo y Andrea me propinó un suave codazo.
– ¿Te sientes bien, Andrea? -preguntó acercándose a ella y posando la palma de su mano sobre la frente de su hija.
– Sí mama, estoy bien -respondió esta con voz cansada.
– Pareces acalorada -concluyó- Voy a sacarte una manta para que no tengas frío.
Abrió el armario y sacó una gruesa manta con la que tapó cuidadosamente a su hija. Mirándome, la arropó con dulzura y la hizo tenderse de costado para que descansase mejor. Al tumbarse de lado, quedaron a la vista los restos de leche en la almohada y en el pelo de Andrea. Pasó un dedo por una de las manchas más grandes y extrañada miró el semen que se le había quedado adherido a él. Luego levantó la vista hacia mí.
– Que descanses, cariño -le dijo a Andrea pero sin dejar de mirarme fijamente- Buenas noches.
Me despedí de Andrea dándole un beso en la frente y salí detrás de Maria, cerrando con cuidado la puerta de la habitación. Al darme la vuelta, la encontré esperándome.
– Hasta mañana, Marcos. Tengo que levantarme temprano, así que me voy a dormir. Buenas noches -dijo y acercándose, me dio un dulce beso en la mejilla.
A la mañana siguiente me despertaron los ruidos que hacía preparándose para ir a trabajar. La vi cruzar por el pasillo a medio vestir, con una preciosa blusa blanca de seda y una de esas braguitas en que la tela se ajusta a todas las formas de una mujer y la hace más deseable, como si estuviese desnuda. Se estaba exhibiendo ante la puerta de mi cuarto, pasando una y otra vez y haciendo ruido descaradamente para despertarme. Así pues, decidí que yo también le daría su ración de espectáculo antes de que se fuese. Corrí las sabanas dejando parte de mis calzoncillos a la vista, y con la pija caliente y parada, tanto que sobresalía la punta por un lado. Enrosqué las sabanas a mis piernas como si hubiese tenido un sueño, erótico por supuesto, y fingí que dormía. Ahora solo tenía que esperar a que volviese a pasar y se fijase en mí. No tuve que esperar demasiado.
Escuché sus suaves pasos entrar en la habitación y detenerse a mi lado. Noté cómo se sentaba en la cama, con cuidado para no despertarme. Sentía su mirada fija en mis calzoncillos. Estuvo un momento así, pero de repente se levantó con cuidado y empezó a andar hacia la puerta. Ya pensaba que iba a salir, cuando se detuvo en seco. Abrí levemente un ojo para ver qué hacía. La vi allí de pie, indecisa al lado de la puerta. Llevaba puesta una falda larga que ocultaba las preciosas braguitas que antes había podido admirar. Por fin se decidió y volvió a sentarse a mi lado. Me miraba los calzoncillos fijamente y la punta de la pija que asomaba por un lado.
– ¿Marcos? -preguntó suavemente.
Yo no contesté para demostrarle que estaba profundamente dormido.
– ¿Marcos? -repitió en voz un poco más alta.
Vi cómo miraba hacia el pasillo, nerviosa por si aparecía su hija y la encontraba sentada en la cama de su novio, hablándole mientras dormía. En verdad que era una situación bastante extraña.
– ¿Marcos? -llamó nuevamente como para asegurarse de que estaba dormido realmente.
Lo que hizo a continuación siempre lo recordaré, aún hoy me cuesta creer que no fue un sueño. Se llevó dos dedos a la boca y los mojó, llenándolos de saliva. A continuación dirigió su mano hacia mi pija y pasó los húmedos dedos suavemente, con miedo, por la punta que asomaba al exterior. La rozó dejando un reguero de saliva por donde pasaban, como lubricándola. Para ese entonces, yo estaba muy excitado y mi pija sobresalía mucho más que antes. Repitió este movimiento llevándose los dedos a la boca una vez más, pero esta vez acompañó esta acción con otra todavía más excitante.

Con la mano izquierda se levantó la falda por encima de las rodillas, apartó sus bragas y metió su otra mano debajo de ellas. Podía ver todos sus movimientos y la expresión afiebrada de su rostro. Por fin, sacó la mano de allí, se llevó los dedos a la nariz y olió el suave aroma que sin duda había quedado prendido en ellos. A continuación pasó esos mismos dedos, empapados en sus jugos, nuevamente por la punta. Bajó el prepucio lentamente con dos de ellos y luego, sin soltarlo, volvió a subirlo. Mientras repetía esto una y otra vez, su otra mano seguía debajo de su falda, sin duda acariciando su sexo. Aquellos lentos y suaves movimientos sobre mi prepucio acabaron haciéndose insoportables. Creo que ella se dio cuenta de lo poco que faltaba para que me corriese, porque puso su otra mano en el momento justo en que lo hacía, recibiendo tres potentes lechazos en la palma de su mano. Inmediatamente se levantó y salió de la habitación.
A pesar de haber acabado, estaba tan caliente que no pude evitar masturbarme con furia reviviendo lo que acababa de pasar, acabe nuevamente, esta vez en menos cantidad y con menos placer que unos minutos atrás. Me tendí exhausto sobre la cama, pensando en las posibilidades que se abrían ante mí.
– Marcos… Despiértate que me voy -escuché la voz de Maria gritándome desde de la cocina.
Me arreglé el pantalón del pijama, que todavía llevaba un poco bajado, y salí rápidamente a la cocina. Quería verla antes de que se fuese.
– Hola, buenos días -me dijo alegremente.
– Buenos días -contesté con fingida voz de sueño.
– Espero que lo sean -me contestó- Acuérdate que hemos quedado encontrarnos en el centro, a la salida de la oficina. Vamos a ir al cine esta noche, ¿no te acuerdas? No vengan tarde, ¿eh? Hasta luego.
Y con una extraña mirada atrás, salió de la cocina dejándome solo. Como llegamos con tiempo al centro, pudimos pasear un poco hasta que se hiciera la hora de ir a buscar a Maria. Al acercarse la hora del encuentro, fuimos caminando lentamente observando algunas vidrieras. Al llegar al enorme edificio donde trabajaba nos estaba esperando en la puerta. Llevaba puesta la misma falda blanca de nuestra ‘aventura’ matinal. Caminamos unas manzanas hasta la zona de los cines. El sol de la tarde iba cayendo ya entre los edificios, transparentando con su tenue luz la tela de la falda de Maria. Eso me permitía apreciar con todo lujo de detalles el contorno de sus preciosas piernas y el comienzo de sus bragas blancas.
Vimos tranquilamente la película, sin que pasase nada importante. Cuando salimos, nos fuimos a tomar un trago, comentamos la película y salimos para la estación de tren. Al llegar nos encontramos que habían cancelado dos trenes por una huelga y la estación estaba atestada de gente esperando el próximo. En los andenes no había mas espacio.
Por fin llegó el tan esperado tren y logramos ascender no sin esfuerzos y a base de empujones. Una vez dentro tuvimos que esperar media hora más y cuando ya por fin nos poníamos en marcha, se apagó la luz del vagón por una avería de la que el conductor nos advirtió dejándonos en la más completa oscuridad. Después de tanto empujón, habíamos acabado cerca de la puerta que comunicaba con el vagón contiguo. Cuando mi vista se acostumbró a la oscuridad pude ver a duras penas que Maria estaba delante de mí abrazando a Andrea, como protegiéndola de los empujones que todo el mundo daba. No habíamos pasado siquiera ni la primera estación cuando un repentino frenazo me obligó a apoyar una mano en su cintura.
– ¿Eres tú, Marcos? – preguntaba Maria.
– Sí, soy yo -le contesté- ¿Cómo están?
– Yo bien y Andrea está aquí conmigo, un poco apretada entre toda esta gente y cayéndose de sueño -me dijo.
Bajo el amparo de la oscuridad fui apoyándome poco a poco en el precioso culo de la madre de Andrea. El contacto de mi miembro sobre su culo era ya evidente pero ella no decía ni una palabra, cosa que me animó a seguir un poco más. En la segunda parada subió aún más gente y tuve que apretarme todavía más a ella. La situación hubiese sido muy embarazosa si Maria se hubiese quejado de mi proximidad, pero como no decía nada yo seguía excitándome cada vez más. Estábamos tan pegados que Maria tenía ya la falda metida en el culo. Quería sentirla aún más pegada a mí y comprobar si esa pasividad era realmente aceptación al contacto de mi cuerpo. Me bajé la cremallera del pantalón oculto por la gente y la oscuridad reinante y comencé a frotar mi pija, contra su culo, aprovechando los vaivenes del tren. Maria se echó un poco más hacia atrás, apoyando su culo ahora deliberadamente contra mí y meciéndolo al ritmo del traqueteo del tren. A pesar de lo que me estaba haciendo, no por ello dejó de disimular con su hija, entablando una trivial conversación sobre la película pero sin dejar de moverse. Me di cuenta de lo realmente caliente que estaba cuando apoyó su mano sobre la mía, que estaba todavía en su cintura.
– ¿Estás bien, Marcos? -me preguntó girando la cabeza hacia atrás.
– Sí, Maria, no te preocupes -le contesté- Tú cuídame a la chica.
– No te preocupes -me respondió- Como si fuera mi hija.
Mientras intercambiábamos estas palabras, nuestros cuerpos ardían de la calentura. Al pasar la cuarta estación, no podía más y necesitaba ir un poco más lejos. Empecé a levantarle suavemente la falda hasta dejar la parte de atrás a la altura de mi estómago. Apoyé la pija sobre sus bragas, en la raya de su culo. Los movimientos del tren me permitieron bajar su prenda íntima unos centímetros y pasarle la punta por sus cachetes, sintiendo por primera vez el suave contacto de su piel, lo cual aumentó todavía más su desenfreno. Maria no se movía, estaba completamente quieta y no decía una sola palabra, como si fuera una adolescente manoseada por primera vez.
Cuando salíamos de la quinta estación, se la pasé por entre sus cálidos muslos. Ella, al sentir el contacto de esa carne caliente, entreabrió las piernas un poco, permitiéndome subir hasta llegar a su entrepierna y hacer presión contra sus blancas y suaves braguitas. Repetí la operación varias veces, bajando y subiendo por sus muslos, lo que me provocaba una deliciosa e interminable sensación. Sentía lo mojada que tenía esa zona de las bragas a causa de sus flujos.
Me di cuenta de que faltaba una sola estación para bajarnos, así que decidí llegar todo lo lejos que pudiera. La saqué de entre sus piernas, le bajé las bragas unos centímetros por detrás y metí mi hinchada pija por el espacio libre, colocándola de nuevo entre sus piernas, pero esta vez en contacto directo con su empapada concha, entre este y el interior de sus bragas. El suave traqueteo del tren y la fricción de ambos cuerpos hicieron el resto. Pocos segundos después descargaba una abundante cantidad de semen en el interior de aquellas bonitas bragas. Como una oportunidad así no se presenta todos los días, la saqué rápidamente chorreando y empecé a extender la leche por todo su culo, e incluso por sus piernas. Antes de meterla de nuevo en el pantalón, acabé de limpiármela con la parte de debajo de su falda, sabiendo ya que, cuando Maria llegase a casa y se desnudase, se llevaría a la boca los restos de mi leche que había en su falda y en sus bragas. Sin duda se haría una tremenda paja, recordando la experiencia que acababa de hacerle vivir el novio de su hija, algo que su marido no habría conseguido ni en sus mejores tiempos. Había logrado despojarla de toda conciencia y llevarla a un grado de indecencia inimaginable para ella hasta ahora.
Por fin llegamos a nuestra parada y al bajar nos sorprendió un inesperado frío para el que no estábamos preparados. Solo teníamos que caminar seis manzanas pero a mí me parecieron veinte. El fuerte viento nos obligó a abrazarnos los tres. Por suerte yo iba en medio, entre mis dos mujeres.
– Si alguien te ve con una mujer de cada brazo va a pensar que eres un gigoló -dijo Andrea y todos reímos con ganas.
Entre temblores y chistes fuimos recorriendo el camino. Antes de llegar a casa recordé la leche que había derramado sobre Maria, que probablemente todavía estaría liquida en el interior y en su falda, donde me había limpiado. Este pensamiento hizo que se volviese a parar la pija.
Por fin, doblamos la última esquina y nos internamos en la oscura calle donde vivían Andrea y Maria. La mitad de las farolas estaban fundidas y la gente decía que las cambiarían pronto, aunque todavía no se había visto a ningún trabajador de la municipalidad en la zona.
– Hacía tiempo que no tenía tanto frío -dijo Andrea temblando.
– No veo el momento de llegar a casa y tomarme un buen café caliente -añadió Maria apretándose más contra mí.
Al llegar a la parte más oscura de la calle empecé a bajar la mano con la que sujetaba a Maria por su espalda. Cuando llegué a la falda palpé hasta encontrar la parte en la que me había limpiado el semen, que aún se notaba algo mojada. Decidí bajar más para manosearle el culo, lenta y descaradamente antes de llegar a casa. Le acaricié la redonda superficie con la mano abierta, sintiendo con la palma la dureza que todavía mantenía. Seguí bajando casi hasta tocarle las piernas, sintiendo cada centímetro que recorría de su cuerpo como si estuviese completamente desnuda pues tanto la falda como las bragas eran de un tejido tan fino que prácticamente parecían la propia piel de Irma. Subí y bajé dos o tres veces la mano, apretando con placer, y acabé por levantar un poco la falda. Al ver la oportunidad empecé a meter la mano para entrar en contacto con sus muslos.
– Bueno, bueno… Parece que ya llegamos -dijo Maria para avisarme y subí rápidamente la mano para rodear de nuevo su cintura – Ahora, después de quitarme estos zapatos que me están matando, les prepararé un buen café. ¿Les gustaria?
– Perfecto, mamá -contestó Andrea entusiasmada- Marcos y yo te ayudaremos.
No solté a Maria hasta que llegamos al patio. Abrió la puerta y ya en el ascensor empezamos a entrar por fin en calor, aunque ella y yo lo habíamos hecho por el camino. Al llegar, la madre de Andrea se dirigió directamente al baño.
– Creo que voy a darme una ducha, pero enseguida salgo -nos avisó desde la mitad del pasillo- vayan preparando las cosas en la cocina.
– Bueno mamá -contestó Andrea
Dejamos los tapados en el comedor y nos fuimos a la cocina. Lo ocurrido desde la estación a casa me había excitado muchísimo, me sentía a punto de explotar, así que, agarre a Andrea en mis brazos y empecé a besarla apasionadamente.
– Chúpamela Andrea -le pedí ya fuera de control- Llevo todo el día a punto de explotar, cariño. Vamos, antes de que salga tu madre.
– Mmmm… Pobrecito -me dijo con voz melosa- Toda esa leche acumulada desde anoche. Ven Bebe, dame el biberón…
Andrea me abrió hábilmente la bragueta y sacó mi duro pene dispuesto ya a cualquier cosa. Se arrodilló y empezó a masturbarme con la mano, para enseguida metérsela en la boca hasta el fondo. – Así, cariño -gemí sintiéndome en la gloria- Chúpamela… Con la lengua… Como tú sabes… Antes de que venga tu madre…
– Y si llegara mi madre y nos descubriera… ¿te gustaría? -me preguntó sacándose la pija un instante de la boca para luego volver a tragársela entera.
No hizo falta que contestase. El simple comentario me había excitado tanto que Andrea lo notó en mi cara y empezó a chupármela con más ganas todavía. Luego volvió a sacarla.
– Y si entrara y viera esta enorme pìja, con todas estas venas hinchadas, entrando y saliendo de mi boca -dijo y siguió mamando con fuerza.
Aquellas palabras me hacían imaginar la escena y mi excitación seguía subiendo por momentos. Andrea chupaba como si se fuese a acabar el mundo y me sentía ya al borde del orgasmo.
– Y si se acercara y me ayudara a chupártela… -dijo, y dándome una nueva chupada añadió- Y si acabases en su boca, salpicándole toda la cara con tu leche…
Esto último fue demasiado para mí y acto seguido acabe con un verdadero manantial de leche que hizo que por poco se ahogase. Ella tragó con pasión hasta la última gota y siguió chupando hasta que mi pija empezó a perder vigor.
– Qué hija de … que eres ¿Cómo me has excitado?
– Todo por tu leche, cariño -me contestó y siguió chupándomela un ratito más.
Después del café vino la cena. Al terminar, nos sentamos los tres a charlar en el sofá, tomándonos un postre y con la tele a media voz.
– Ah, no me acordaba -dijo Maria- Esta mañana ha llegado una carta de mi hermana.
– ¿Sí? -exclamó Andrea entusiasmada- ¿Cómo esta la tía?
– Bien y dice que tiene que venir al pueblo a entregar unos documentos, así que la he invitado a que pase unos días con nosotros -nos contó.
– ¿Y cuándo viene? -preguntó mi novia.
– No creo que tarde mucho. Cree que el mes que viene.
– Mi tía es estupenda -dijo Andrea dirigiéndose ya a mí- Es la persona más buena que conozco.
Acabamos de ver un programa muy divertido en la tele y luego me despedí pues ya tenía algo de sueño.
Ya en mi cama, deseé con todas mis fuerzas no haber tenido que irme aquella noche de casa de mi novia.
A la mañana siguiente noté que una mano se posaba sobre mi hombro y repetía
Vamos Marcos, despiértate -en la frase más larga que había oído nunca-
Al ver a Maria, mi sorpresa fue mayúscula. Llevaba puesto un camisón transparente, que era como no llevar nada, y un conjunto rosa de sujetador y braguitas. Mi preferido. No sé cuántas pajas me había hecho con aquellas prendas en mis manos. Estaba deslumbrante, más aún bañada en los rayos de sol que se filtraban por la ventana. Se sentó al otro lado de la cama y empezó a preparar el desayuno en una bandeja que dejó sobre mis piernas. Levanté la vista y admiré lo que se presentaba como una maravillosa mañana. El desayuno en la cama y una preciosa mujer al lado de la cama. ¿Alguien da más?
Sabía que te iba a sorprender trayéndote el desayuno a la cama -dijo Maria sonriendo. Tu mujer Andrea pronuncio mirándome fijamente y acentuando las palabras- fue hasta el pueblo y regresa pasado el mediodía.
¿Que más podía ofrecerme esa mujer? Acerqué mis labios a los suyos y la besé con una ternura que despertó en ella una sensualidad que se podía palpar en el aire. Estaba completamente entregada a mí, hasta que, por fin, nuestros labios se separaron
Se quedó mirándome fijamente, muy seria. Estaba pensando algo, pero no sabía cómo decírmelo. Yo estaba expectante por saber qué era. Presentía que aquel era el momento cumbre, sus palabras podían significar el fin, o el principio de algo memorable. Afortunadamente fue lo segundo.
Marcos, lo más importante es que no descuides a mi hija -me dijo muy seriamente- Si no lo haces y esto queda como un secreto entre nosotros, te prometo que a partir de ahora tendremos más experiencias como las de estos últimos días. Porque… yo parece que te gusto, ¿no?
– Mucho -le respondí tan serio como ella- ¿Y yo a ti?
– ¿A ti qué te parece? -me contestó con una pícara sonrisa.
Aquello me excitaba muchísimo y a Maria también, a juzgar por los suaves gemidos que salían de su boca. Al mismo tiempo que sus dedos acariciaban mi miembro de arriba abajo en una fantástica masturbación Tanta excitación era demasiado para mí y ella lo comprendió con una sonrisa. Aceleró los movimientos de sus manos y me hizo acabar en su boca. Una pequeña gota de semen resbaló por su barbilla, pero no le dije nada, me encantaba verla así.
Aquel sutil juego en el que tan pronto tentaba, como me dejaba tentar, estaba empezando a gustarme. Nadie había sentado las bases, nadie había fijado las reglas, y sin embargo cada día participaba más a gusto en él… y al parecer Andrea y su madre también. Era como jugar con fuego; intenso, arriesgado y prohibido.A la mañana siguiente toque a la puerta de la casa de Andrea como todos los días y esperé que me abrieran. Grande fue mi sorpresa cuando me abrió una mujer a la que no conocía.
¡Hola! -me dijo como si nada- Tú debes ser Marcos, ¿no?
Sí -contesté.
Pasa -me indicó y entré a la casa- Te preguntarás quién soy. Pues bien, soy Carmen, la tía de Andrea.
¡Ah! La famosa tía -exclamé y le di dos besos- Encantado de conocerla.
OH, no me hables de usted, no me gusta -dijo sonriendo y me invitó a pasar al comedor- Debes llevarte muy bien con Maria y Andrea. No han dejado de hablar de ti desde que entré.
Espero que bien.
Por supuesto -me respondió-
-Quisiera que con el tiempo también yo pueda decir lo mismo. Puedes estar tranquilo.
¡Miren quién ha venido!
¡Hola Marcos! -me saludó Maria desde el sofá- Ya conoces a mi hermana, ¡ven! Siéntate un momento con nosotras mientras esperas a Andrea. Salio hace un rato con su prima, pero ahora vienen.
Así fue como conocí a la tía de Andrea. Me enteré que hacía seis meses que se había separado de su marido. Había venido con su hija a la ciudad aceptando la invitación de su hermana y pensaba pasar con ellas una buena temporada. En ese instante presentí que no seria una persona más en mi vida.
Por fin volvió Andrea y pude conocer a Marita, su prima. Tenía trece años y era la criatura más inocente que había visto en mi vida, quizás debido a haber crecido en un pueblo, alejada de la vida de la ciudad.
En aquella época mi vida transcurría prácticamente entre la casa de ellas y mi escaso tiempo de escritor.
En una de las tantas noches que me quedaba a dormir. Maria, Andrea y yo, estábamos sentados a la mesa tomándonos un café mientras veíamos una entretenida película en la tele. La hermana de Maria estaba en su cuarto haciendo las maletas, pues se iba al día siguiente de vuelta a su pueblo para arreglar unos asuntos. Su hija se quedaría, ya que tenía vacaciones en el colegio. Al rato, entraron las dos en el comedor.
– Bueno, nosotras vamos a acostarnos ya -dijo con los ojos algo cansados- Mañana tengo que levantarme muy temprano y no creo que nos veamos así que… será mejor que me despida ahora.
Los tres nos levantamos y nos despedimos de Carmen. Aquella mujer había acabado por caerme bien, se parecía mucho a su hermana en la simpatía natural que ambas compartían. Me apenaba un poco que se fuese, pero también me alegraba pues así despejaría un poco mi camino hacia Maria que desde que ella estaba se había enfriado un poco.
– Tía, ¿te importa que me vaya contigo al pueblo? -se ofreció Andrea- Así no estarás tan sola… Siempre que a mi madre y a Marcos no les importe.
– Claro, cariño -dije yo- Te echaré de menos, pero me encanta que acompañes a tu tía.
– Por mí, ¡bien! -dijo Maria- Pero aún tiene que decir tu tía si quiere que vayas o no…
– Me encantaría -dijo su tía- ¿Seguro que no te aburrirás?
– Claro que no, contestó mi novia- Eso sí, tendrás que despertarme tú, yo duermo como un tronco.
– De acuerdo -aceptó Carmen entre risas- Buenas noches a todos y encantada de conocerte, Marcos.
– Lo mismo digo -contesté y tras darnos dos besos a cada uno se fue a su cuarto con su hija.
Nos sentamos de nuevo a la mesa y serví un poco más de café. El ambiente se había vuelto un tanto triste por la despedida de Carmen y todos estábamos algo cabizbajos, en silencio y mirando la tele. Fue Maria la que rompió por fin el silencio.
– Lo siento porque es mi sobrina y la quiero mucho, pero tengo que decir esto -dijo muy seria- ¿Se fijaron en el camisón que llevaba? Parecía una vieja. La pobre tiene un gusto horrible para la ropa interior.
Andrea y yo estallamos en una sonora carcajada. Al principio nos miró sin entender de qué nos reíamos, pero por fin se unió a nuestras risas. Las lágrimas nos caían sin poder evitarlo, hasta que por fin conseguimos controlarnos y acabamos de tranquilizarnos.
– Qué cosas tienes mamá -dijo Andrea levantándose tomando la cafetera- Voy a buscar más café.
– Pero si es verdad -insistió Maria mientras su hija salía del comedor- ¿No te parece, Marcos?
– Sí, la verdad es que le quedaba horrible -acepté- Pero hay que tener en cuenta que no es más que una niña.
– Y ahora que no está Andrea te voy a decir una cosa -me dijo en voz baja- Has visto qué cuerpo tiene la niña, nadie diría que solo tiene 13 años, ¿verdad? No sé qué les dan de comer a las niñas en ese pueblo…
Maria tenía razón. Ya me había fijado en que la niña estaba demasiado desarrollada para la edad que tenía. Sus tetas eran aún pequeñas pero dignas de la supermodelo más cotizada, el cuerpo tenía unas curvas que quitaban el aliento y su culo, redondo y respingón, era capaz de volver loco a cualquiera. Además, aunque no era guapa tenía algo que la hacía no pasar inadvertida.
– Creo que es cosa de familia -le contesté mirándola apreciativamente.
– Vaya, gracias Marcos -me contestó sonrojándose un poco y en eso entró su hija.
– ¿Quién quiere más café? ¿Marcos? -me preguntó, asentí con la cabeza.
Mientras Andrea llenaba de nuevo la taza de café recién hecho, pensé en lo que acababa de decirle a Maria. Al decirlo no le había dado demasiada importancia, lo había dicho casi sin querer. Pero al pensar en ello me sentí bien por haberme animado a decirle un piropo tan abiertamente cara a cara.
Me había acostado bastante tarde, por eso a la mañana siguiente, cuando noté que me despertaban me di media vuelta en la cama e intenté seguir durmiendo. De reojo miré el reloj y por la hora que era deduje que Andrea y su tía ya debían haberse ido. Noté que una mano volvía a llamarme. Naturalmente no esperaba que fuese otra que Maria, la única que había quedado en la casa, pero me equivocaba. Ante mí tenía a la pequeña Mara, vestida únicamente con unas pequeñas braguitas de color rozado y una camiseta que no llegaba a cubrírselas del todo. Eso sí, sus dos tetas, de un tamaño más que respetable, se marcaban con toda nitidez contra la tela de la camiseta. Por lo visto su madre no le había enseñado lo que eran los sostenes, pues no recordaba haberla visto con uno puesto en todos los días que llevaba allí con nosotros.
– Vamos Marcos, despiértate -me dijo- La tía ya está preparando el desayuno… ¿Te gusta mi camiseta?
– ¿Eh? ¿Por qué dices eso? -pregunté aturdido aún.
– Es que no paras de mirármela -dijo inocentemente la chica.
– Sí, me gusta mucho -acerté a decir, sin poder apartar la mirada de sus braguitas que permitían adivinar un pubis apenas sin vello, totalmente virgen.
– A mí también -admitió- Ha sido idea de la tía. No le gustaba mi camisón y me ha dicho que de momento podía ponerme esto, pero que mañana me iba a comprar otro más bonito.
– Así que te lo ha puesto tu tía… -empecé a decir pero en ese momento escuché a Maria que venía por el pasillo.
– ¿Marcos? te gustaría una taza de café -anunció desde la puerta.
Al verla no me sorprendió, tenia puesta el mismo camisón transparente, mi preferido- Creía que te ibas a sorprender -dijo Maria sonriendo- Por cierto, ¿has visto el camisón que lleva Marita? Vamos, levántate y enséñaselo a Marcos.
Marita estaba de lo más avergonzada. Se levantó, pero se quedó quieta y con la mirada fija en sus pies.
– Marita es un poco tímida -se disculpó Maria- Pero, como yo le he dicho, estamos en familia. ¿Verdad, Marcos?
– Claro -afirmé- Por supuesto.
– Bueno – Si piensas que a tu madre no le va a gustar el camisón que mañana te voy a regalar, no te preocupes. No tienes por qué enseñárselo, ese será nuestro secreto. Un secreto entre tía y sobrina. ¿Qué te parece?
– Un secreto… -repitió Marita en voz baja- De acuerdo.
– ¡Así me gusta! – –
Bueno, y ahora enséñale a Marcos cómo té queda el camisón, que todavía está esperando.
Un poco más convencida, comenzó a darse vuelta poco a poco. Sin que la chica se diera cuenta, Maria deslizó una mano por debajo de las sabanas y comenzó a masturbarme lentamente. Su cara reflejaba una excitación infernal que trataba de disimular por la presencia de su sobrina. Ella seguía dándose vuelta y por fin quedó de espaldas a nosotros.
– Ves le poco que le favorecía el otro camisón. ¿Te has fijado en el culito tan bonito que tiene mi sobrina? -dijo Maria y aceleró el vaivén de su mano.
Levantándose un poco la camiseta, Marita me brindó una perfecta panorámica de su culo, el cual seguía elogiando su amada tía. Sus diminutas braguitas estaban un poco metidas entre sus nalgas y Maria se dio cuenta.
– Cariño, sácate las braguitas del culito -le pidió.
Al ver cómo lo hacia estuve a punto de acabar. La paja que Maria me estaba propinando continuaba sin reducir la velocidad ni un solo instante, oculta por las sabanas. Se veía que le encantaba hacerlo, con una mezcla de lujuria y ternura conmovedora en su rostro y en los movimientos de su mano. Aunque la inocencia angelical de Mara calentaba mi pija tanto o más que la paja de su tía. Tenía el semen a punto de desbordar. Me di cuenta de que Maria se había llevado la otra mano a la entrepierna y la movía descontroladamente de un lado a otro.

– ¿Quieres que me quite la camiseta, tía? -preguntó tímidamente la chica.
– Claro, ¿por qué no? -asintió Maria- Al fin y al cabo estamos en familia.
Marita se sacó la camiseta por la cabeza sin dejar de girar lentamente, mostrándome todos los rincones de su joven e inexperto cuerpo.
– Mira Marcos, ya me están saliendo las tetas. ¿Te gustan? -me preguntó, dejándome completamente desarmado.
– Claro que le gustan -contestó Maria por mí- Anda, ven aquí y siéntate para que te las pueda ver mejor. ¿Sabes que Maritaa me las enseñó anoche? Le dije que aunque ahora son bonitas, cuando sea mayor van a ser aún mejores. Venga, deja que Marcos te las toqué como yo te dejo tocar las mías.
La chica se giró hacia mí, mostrándome aquel par de pequeños aunque sugerentes pechos. Acerqué lentamente mis manos a ellos y los acaricié lentamente, como si tuviera miedo de hacerles daño o de que se rompieran. Acariciar aquellas dos tetitas fue un lujo que le agradeceré a Maria toda la vida.
– ¿Sabes qué, Marcos? -prosiguió Maria- Anoche durmió conmigo y ¿a qué no sabes qué me pidió? Me dijo que le gustaría que le diera de mamar como cuando era un bebé. Le dije que yo ya no tengo leche, pero a ella no le importó y me las chupó igual…
– ¡Tía! -exclamó la niña poniéndose colorada por momentos- Me da vergüenza.
– No seas tonta, cariño -la tranquilizó Maria- Con Marcos no tienes que tener vergüenza, es como de la familia. A él le puedes decir qué es lo que te gusta, igual que a mí. ¿Y sabes por qué? Por que yo te quiero mucho.
– Yo también te quiero, Marcos -dijo la niña abrazándome y clavándome sus dos duritos pezones en el pecho.
– Ya… ya lo sé, cariño -logré decir mientras Maria se reía de mi rubor.
– Y Marita también quiere mucho a su tía Maria. ¿Sabes por qué, Marcos? -me preguntó sin darme tiempo a contestar- Porque sabe que cuando viene a esta casa puede pedirle a su tía todo lo que jamás le pediría a su madre. ¿No es así, pequeña?
– Sí, tía… -contestó y se quedó un momento dudando- De hecho, quiero pedirte algo… Si a Marcos le parece bien.
– A Marcos seguro que le parece bien -se me adelantó Maria y yo afirmé con la cabeza- ¿Ves? Ahora dime qué quieres, cariño.
– Me gustaría chupar tus tetas como anoche, tía -dijo con una inocencia imposible de creer.
– Claro, mi vida -aceptó Maria con una sonrisa- Y seguro que a Marcos le gustara ver cómo lo haces. Dirigiéndome una lujuriosa mirada invitó a su sobrina a que se sentase entre ella y yo. La chica obedeció a su tía y se metió en la cama, entre mis piernas, sin darse cuanta de que mi pija estaba completamente dura. Maria me la había dejado a punto de caramelo, hinchado y palpitante, faltando únicamente la estocada final que sin duda pronto llegaría. Mi corazón latía más rápido que nunca, no podía creer lo que estaba viviendo.
Maria se abrió el camisón y se quitó el sosten en cuestión de segundos con un hábil movimiento, dejando por primera vez ante mis asombrados ojos aquel par de perfectas tetas. Expertamente como hacen las madres con sus bebés, tomó una entre sus manos y ofreció un hinchado pezón a la hambrienta boca de su sobrina. Marita se prendió a él como un recién nacido, acomodándose en la cama y dejando su tierno culito a escasos centímetros de mi excitadísima pija.
Tan solo unos instantes después, la chica estaba mamando de una forma que me dejó sorprendido. Maria, por el contrario, parecía conocer bien a su sobrina, pues esperó sin moverse hasta que la chica cerró los ojos y cayó en un dulce éxtasis. Mara mamaba ahora más lentamente y Maria la arropó contra ella. Mirándome tiernamente, corrió las sábanas. Yo miraba a la chica que seguía chupando con los ojos cerrados, y que si no fuera por el imperceptible movimiento de sus labios se diría que estaba dormida.
Vi cómo Maria empezó a bajarle lentamente las braguitas y tomando mi pija nuevamente en sus manos, pasó la punta por el culito de su sobrina. Aquello me excitaba muchísimo y a Maria también, a juzgar por los suaves gemidos que salían de su boca. Al mismo tiempo que me masturbaba frotando mi miembro contra el culo de su sobrina, sus dedos acariciaban a este de arriba abajo, caricias que la chica aceptaba con tímidos gemidos y acomodándose aun más cerca de su tía, levantando el culito para facilitar el trabajo de su tía. Tanta excitación era demasiado para mí y Maria lo comprendió con una sonrisa. Aceleró los movimientos de sus manos y me hizo acabar sobre el culo de Marita. Ella no se dio ni cuenta, solo tenía sentidos para las tetas de su tía. Cuando acabaron de salir las últimas gotas de semen de mi pija hice ademán de apartarme, pero Maria me detuvo.
– Espera -me dijo en voz muy baja- Apóyala en el culo y deja que se te ponga blanda en medio de toda tu leche. Ya verás como te gusta mucho.
¿Que más regalos podía seguir ofreciéndome esa mujer? Acerqué mis labios a los suyos y la besé con una ternura que despertó en ella una sensualidad que se podía palpar en el aire. Mirándome a los ojos, pasó dos dedos por el culo de su sobrina y después de mojarlos en mi leche se los llevó a la boca para lamerlos uno a uno. Unas pequeñas gotas de semen resbalaron por su rostro, no le dije nada, sencillamente los atrape con mi lengua al besarla muy suavemente. Adoraba verla así.
– Por favor, saca un pañuelo de la mesita de noche y limpia todo este desastre -me pidió después de lamerse los dedos a conciencia- Voy a hacer que Clara salga de su trance y no me gustaría que lo viese.
Hice lo que me pedía, limpiando las sábanas, mi pija y el empapado culo de Marita.
. Cuando vio que todo estaba en orden, sonrió y empezó a mover suavemente el cuerpo de su sobrina.
– Mara… Mara… -la llamó en voz baja- ¿Qué te parece si sigues más tarde?
– ¡Tía…! -protestó la chica apartando la boca unos centímetros de la teta de su tía.
– Vamos… Si quieres esta noche puedes dormir otra vez conmigo -intentó convencerla Maria.
– ¿De veras? Entonces, está bien… -aceptó por fin, apartándose definitivamente del hinchado pezón.
– Muy bien, cariño -le dijo su tía acariciándole la cara- ¿Y si me ayudas a hacer café mientras Marcos vuelve a calentar el desayuno que ya debe estar frío?
– ¡Claro! -exclamó la niña entusiasmada.
– Muy bien, pues ve yendo al baño por la ropa sucia que ahora mismo voy yo y te ayudo -le pidió dándole un beso en la frente.
– Ahora volvemos Marcos -dijo la chica mientras salía alegremente de la habitación, moviendo ese culo que pocos minutos antes estaba totalmente cubierto con mi semen.
Maria la observó salir con una expresión de verdadero amor en la mirada, agitó la cabeza como saliendo de una ensoñación y con un suspiro se volvió hacia mí. Tomó el pañuelo de mis manos y se lo llevó a la nariz, aspirando el aroma que emanaba de él.
– Es una pena que sea un pañuelo -me dijo suavemente- Tu leche quedaría mejor en unas bragas, ¿no te parece?
– Y si fuesen tuyas, mucho mejor -le respondí.
– Tía, ¿vas a venir a ayudarme? -se escuchó la voz de Marita desde el baño.
– Sí cariño, ya voy -gritó y salió de la habitación no sin antes mandarme un beso desde la puerta.
Desde aquel día, Marita, Maria y yo, nos convertimos de alguna manera en cómplices. Cómplices de lo que más adelante vendría…A la mañana siguiente, Maria y yo estábamos sentados a la mesa de la cocina, desayunando. Marita seguía durmiendo, a pesar de que Carmen, su madre, había vuelto un par de días antes. Le había pedido permiso para seguir haciéndolo y, ante la insistencia de la chica, la hermana de Maria no había podido negarse.
– Marcos, ¿te gustan los secretos? -me preguntó aquella mañana.
– Me fascinan -le respondí.
– Te entiendo -continuó- Supongo que sabrás que los más interesantes son los secretos de mujeres, ¿no? Pues quiero contarte uno, un secreto que siempre he guardado sobre mi sobrina.
– Te escucho -le dije acomodándome en la silla para lo que parecía iba a ser un largo relato.
– Muy bien, te cuento…
“Desde siempre, Marita ha sentido una cierta atracción por mí, casi como tú con mis braguitas, solo que la suya comenzó a los nueve años. Cuando jugaba, siempre trataba de meterse bajo mis faldas y aunque a mí no me importaba, su madre le gritaba para que no me molestase. Un día que no estaba mi hermana delante, le pregunté si le gustaría que le dejase ver debajo de mi falda. Ella, con miedo, respondió que sí.
– Yo te dejo si tú quieres, pero no tiene que saberlo nadie, ¿me entiendes?
– Mamá siempre me grita si la miro a ella.
– ¿Lo ves, cariño? Si mantienes el secreto yo te enseñaré todo lo que quieras ver y saber.”
– Como te podrás imaginar, yo ya estaba mojada por el simple hecho de saber lo mucho que le interesaba a mi sobrina – dijo con los ojos brillantes- Fíjate que solo de contártelo noto cómo me estoy mojando otra
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– Como te podrás imaginar, yo ya estaba mojada por el simple hecho de saber lo mucho que le interesaba a mi sobrina – dijo con los ojos brillantes- Fíjate que solo de contártelo noto cómo me estoy mojando otra vez…
– Si quieres, mientras me sigues contando esa historia yo te puedo ayudar con eso -me ofrecí sonriente.
– Mmmm… -gimió Maria dulcemente- Eres un guacho… y me encanta. Ven y nos haremos una paja mutuamente.
Me levanté, cerré la puerta de la cocina, por si acaso venía Mara, y me senté al lado de Maria. Nada más sentarme, metió la mano por la cintura del pantalón de mi pijama y empezó a masturbar mi ya dura pija. Yo, por mi parte, entreabrí su camisón e introduje la mano por sus bragas para empezar a acariciar el dulce y húmedo clítoris que tenía allí escondido.
– Tengo que confesarte una cosa, Marcos-continuó sin dejar de masturbarme- Me fascina tu leche, siempre supe que te hacías pajas con mis bragas y no te dije nada porque me encantaba volver luego y encontrarlas llenas de tu semen. No sabes lo que he hecho yo con esas bragas en las solitarias noches que pasaba encerrada en mi cuarto… Por eso me gusta saber que ahora no tengo que recurrir a esos trucos para conseguir tu leche, sé que si te la pido tú me la darás. Solo te pido una cosa y perdona que te lo repita, cuando vuelva mi hija no quiero que esté desatendida por mi culpa, ¿me entiendes? Quiero una hija satisfecha sexualmente y feliz. Si cumples eso, por mi parte te prometo que tendrás todo de mí… Y cuando digo todo, es todo. – No te preocupes, te prometo que no descuidaré a Andrea -le dije solemnemente- Además, tengo sexo de sobra para las dos…
– Qué malo eres -dijo Maria sonriendo- ¿Recuerdas lo que hicimos en el tren? Siempre soñé que me metiesen la mano en los lugares más extraños, es algo que me vuelve loca. Ese sueño lo realizaste tú, así que desde ahora tienes permiso para meter tus manos debajo de mi falda siempre que quieras, que mi culo estará siempre dispuesto para recibir tus caricias. No sé si ya te habrás dado cuenta de lo mucho que me gusta masturbarme y que me masturben. Solo de decirlo me pongo caliente…
– Ya lo he notado, -le respondí con la mano todavía acariciando sensualmente su húmeda concha, a lo que ella respondió con una sonrisa y un acelerón en los movimientos de su mano.
. Ahora voy a seguir contándote lo de mi sobrina. ¿Por dónde iba…? ¡Ah, sí…!
“Yo llevaba una falda amplia acampanada y Marita estaba a punto de meterse debajo de ella. Imagínate, para ella aquello era todo un juego clandestino de descubrimiento, pero para mí era pura excitación.
– Pero recuerda que no se lo puedes contar a tu mamá. Si lo haces no volveré a dejarte mirar más debajo de mis faldas, ¿entendido?
– Sí tía. No diré nada.
– Bueno, está bien. Pero mejor vamos a mi dormitorio, allí estaremos más cómodas.
Recorrimos la casa en dirección a mi dormitorio. Yo me sentía excitadísima, ansiosa por saber lo que me depararía aquella experiencia prohibida con mi sobrina. Por fin entramos y cerré la puerta a mis espaldas.
– Solo vamos a estar un ratito, ¿eh? No queremos que nos pille tu mamá, ¿verdad? Venga, métete debajo de mi falda.
Se agachó delante de mí y, levantando la falda, la cubrí dejándola debajo de ella. Yo tenía ya todas las bragas mojadas de la emoción. No te imaginas lo … que me sentía, con mi sobrinita manoseándome debajo de la falda. No me podía estar callada así que empecé a preguntarle cosas que todavía me excitaban más.
– Marita, ¿te gusta mirarle las bragas a tu tía?
– Sí, me gusta mucho.
– ¿De qué color las llevo?
– Blancas.
– Cariño, si quieres puedes tocármelas. Acaríciame lo que quieras y dame besitos en las braguitas, ahí donde están mojadas…
La excitación de sentir su cuerpecito entre mis piernas era increíble, pero cuando empezó a acariciármelas me recorrió una sensación de placer indescriptible. Aunque todavía fue peor cuando sus manitas llegaron a mis bragas. Separé las piernas para que sus manos, torpes por su inexperiencia, jugaran libremente en mi intimidad. Cuando sentí que sus deditos pasaban suavemente por la zona de mi clítoris, estallé.
– Así, Marita… Pásame las manitas por ahí… Eso es, cariño…
– Tía, ¿te has hecho pis ?
– No, cariño. A nosotras las mujeres nos gusta tocarnos ahí, y cuando lo hacemos nos mojamos las braguitas. Pero tócame un poquito más ahí… Así, despacito… Tócale la rayita a tu tía… Así…
Tanta caricia acabó por llevarme al borde del orgasmo. Por fin, con un último y dulce beso de la niña sobre mi excitada concha, apreté su cara contra ella y acabe. El orgasmo fue intenso y me hizo temblar mientras la niña se apartaba poco a poco y salía de debajo de mi falda.
– ¿Te ha gustado?
– Sí, pero no sabía que te mojabas.
– Mira, ahora la tía te va a hacer cosquillas ahí y verás como tú también te vas a mojas y te va a gustar mucho. Ahora enséñame tus braguitas.
La niña se bajó obedientemente el pantaloncito que llevaba puesto y me las enseñó. Un escalofrío de excitación recorrió el interior de mi vientre y me hizo gemir de placer.
– ¿Quieres que me las quite, tía?
Iba a decirle que sí, que se quitase todo y me dejase ‘jugar’ con su conchita, cuando escuché la puerta de la calle. Era Carmen, su madre, que regresaba.
Clara, súbete el pantalón que viene tu mamá. Después te haré cosquillas. Pero recuerda que esto es un secreto.
– Sí tía.
La niña me abrazó, me dio un beso y salió a recibir a su madre.
Esa tarde nos fuimos todas al cine y a mitad de la película, Mara empezó a decirle a su madre que quería ir al baño. Mi hermana la riñó por no haberlo dicho antes pero empezó a levantarse a regañadientes.

– No, espera. La llevaré yo que también tengo que ir -le mentí a Carmen- Vamos cariño, la tía te lleva.
Salimos por el oscuro pasillo del cine y yo iba pensando en lo loca que estaba al irme al baño a solas con mi sobrina. Sin duda no podría aguantarme y acabaría ‘jugando’ con ella, pero me propuse no hacerlo. No porque no quisiera sino por miedo a lo que podría pasar si su madre nos pillase haciéndolo. Entramos al servicio y Marita se metió en uno de los baños individuales. La esperé fuera pensando en que en ese momento se estaría subiendo la falda, ahora se estaría bajando las braguitas…
– Tía, no hay papel… -dijo la niña rompiendo el hilo de mis pensamientos.
Entré en el baño y la vi. con la falda levantada y las braguitas en los tobillos. Busqué nerviosamente en mi bolso y saqué un pañuelo de papel con el que le sequé la conchita. Ella, con las piernas abiertas, miraba cómo la secaba, como si fuera un juego con su tía. Le subí las braguitas con la mirada fija en su virgen rayita y le arreglé la falda para dirigirme luego hacia la puerta de salida. La niña no me seguía y me giré nerviosa hacia ella.
– Vamos, nos vamos a perder la película.
– Tía, ¿tú no haces pis?
– No, cariño. La tía no tiene ganas… -le dije, pero al ver su carita me di cuenta de lo que quería- Tú lo que quieres es verme haciendo pis…
– Sí… -respondió con un hilo de voz y una tremenda vergüenza.
– Pero ahora no puedo, cariño. Voy a hacer otra cosa, ¿sí? Te voy a enseñar las braguitas que me he puesto para venir al cine. Ya verás como son muy bonitas.
Entrando a uno de los baños y cerrando la puerta para ocultarnos de cualquiera que pudiese entrar, me subí la falda sin ninguna ceremonia y le enseñé las preciosas bragas transparentes y con puntillas que llevaba puestas.
– ¿Te gustan?
– Si, tía, son muy bonitas.
– Si te gustan puedes tocármelas, ya sabes que la tía te deja.
Llegados a este punto no pude evitarlo y entré en aquel peligroso juego con mi sobrina. Me di la vuelta dejando mi culo al alcance de su mano. Un segundo después noté cómo comenzaba a acariciarme suavemente el culo por encima de las bragas.
– Qué tela tan bonita… y qué suave.
– Pasa los deditos por aquí debajo, por la rayita -le dije llevándole la mano a mi entrepierna- Así, cariño… Tócamela, así…
– ¿Puedo vértela, tía?
Sin siquiera contestarle me senté nerviosamente en el inodoro y con dos dedos corrí las bragas a un lado, quedando mi concha frente a sus asombrados ojos.
– ¡Cuántos pelos tienes, tía! Yo casi no tengo…
– Cuando seas mayor lo tendrás como la tía. Mira lo que voy a hacer ahora, voy a apartarlos un poco para que puedas verme la rayita. ¿Te gusta?
– Sí tía, es muy bonita.
– A ver, déjame que vea la tuya.
Le bajé las braguitas y empecé a acariciar sus labios todavía vírgenes y sin vello, haciendo que Marita soltase una carcajada nerviosa fruto de la extraña sensación que sentía.

– Me haces cosquillas, tía.
– ¿De veras? ¿Te gustaría hacerme cosquillas a mí también? Mira, mete un dedito por el agujerito que tiene la tía aquí… Eso es… Ahora sácalo y vuélvelo a meter. Muy bien… Me encanta lo que me estás haciendo, cariño. Mi sobrina me estaba proporcionando una espléndida masturbación que me hizo olvidar por un momento dónde y con quién estábamos. Cuando por fin recuperé el sentido de la realidad, detuve suavemente su mano y la saqué de mi concha con un pequeño gemido.
– Será mejor qué volvamos a la sala porque ahora no tenemos tiempo para seguir. Otro día que podamos y estemos en casa, jugaremos las dos juntas.
– Está bien, pero no te olvides.
– Te prometo que no me olvidaré.
Ya salíamos por la puerta y yo todavía sentía una excitación fuera de lo normal, que no podría acabar en orgasmo hasta que llegásemos a casa y me masturbase como una loca. Pero se me ocurrió algo que podría ayudarme a sofocar un poco lo caliente que estaba… o ponerme aún más.
– Espera, ¿te gustaría que sigamos jugando un poquito más a lo que estábamos haciendo?
– Claro que sí, tía. ¿Qué quieres que haga?
– Mira, quítate las braguitas y volvemos a ver la película. Cuando te sientes, di que no puedes ver y yo te subiré en mis piernas. Te haré cosas que ya verás cómo te gustan.
– ¿Qué me vas a hacer, tía?
– Te acariciaré la rayita y el culito, pero tu madre no nos tiene que ver, ¿eh? Te prometo que te va a gustar muchísimo.
Entramos en la sala y la niña hizo lo que le había pedido a la perfección. En la oscuridad del cine le metí la mano por debajo de la falda y como no llevaba braguitas me fue muy fácil acariciar su conchita. A pesar de su edad, aunque con mi inestimable ayuda, mi sobrina ya estaba empezando a ser una calentona y poco después me mojó los dedos de flujo. Recorrí con ellos toda su rayita hasta la estrecha entrada de su culito, el cual penetré solo con la punta de un dedo. Allí, en la oscuridad del cine, recibió su primera paja hecha por su querida tía.
Aquella tarde no dio más de sí, pero a la mañana siguiente, estando yo en el baño, llamaron a la puerta.
– Soy yo, tía. ¿Puedo entrar?
– Claro cariño. No tienes ni que preguntármelo.
La niña abrió lentamente la puerta y se asomó al interior. Le hice gestos para que pasase y al entrar vi que iba vestida únicamente con unas diminutas braguitas.
-¿No se enfadará tu madre si te ve sin camisón?
– No te preocupes, ha salido a comprar. ¿Té molesta a ti que vaya así por la casa?
– No, cariño, a mí me gusta verte así, desnudita. ¿Te acuerdas que te dije ayer que cuando tuviésemos tiempo seguiríamos con el juego de ayer? Pues, como sé que te gusta verme las braguitas, voy a quitarme la falda.
– ¡Qué bien! Me gustan mucho tus braguitas. Son tan suaves… Pero tía, he entrado porque quiero hacer pis.
– Ay, lo siento. Deja que te ayude a bajarte las braguitas. Te voy a hacer un masaje en la conchita para que hagas pis mejor.
Le bajé las braguitas y la senté en el inodoro. Luego metí un dedo entre sus pequeños labios vaginales y empecé a acariciar aquella sensible zona. La niña se relajó tanto que se le escapó una gotita de pis.

– Perdona tía. Quita la mano o la mojaré toda.
– No te preocupes, cariño. Méame toda la mano que a mí no me importa que lo hagas. Quiero sentir tu pis calientito…
La niña me miró con cara de extrañeza, pero como no podía aguantar más empezó a orinar sin importarle que yo siguiese masturbándola dulcemente. Cerró los ojos y se entregó al placer que yo le estaba proporcionando. Mi mano recibía el caliente líquido mientras mis dedos recorrían su conchita, llegando incluso a meter la punta del índice en su estrecho agujero. Estaba extasiada, no podía más. Se recostó en el inodoro con las piernas bien abiertas y los ojos cerrados, parecía como si se estuviera durmiendo. Por fin acabó de orinar y abrió de nuevo los ojos como saliendo de un trance.
– Yo también quiero hacerlo, tía. Quiero tocarte la rayita mientras te meas en mi mano.
– Claro que sí, cariño.
No podía negarle nada a aquella chiquilla que tan dispuesta estaba a seguir las enseñanzas de su tía. La levanté, y bajándome las bragas me senté en su lugar.
– Mira mi concha, cariño, sé que te gusta. Ahora toca con los dedos mi rayita. ¿Has visto qué mojada está? Mete un dedo en el agujerito… Despacio… Sácalo y vuélvelo a meter, como en el cine… Eso es, cada vez más rápido… Así, así me gusta Marita. No pares…
Ella seguía esperando impaciente que yo empezase a mear, así que la complací. Un cálido chorro salió de mi concha empapando inmediatamente la pequeña mano de mi sobrina que no paraba de entrar y salir de mí sexo. Mientras meaba, alcancé un estremecedor orgasmo que hizo que una abundante cantidad de mis jugos se mezclasen con el caliente líquido que llenaba ya su mano. Poco a poco, fue disminuyendo la velocidad de su mano hasta que por fin se detuvo. La había mojado tanto que temí que hubiese parado debido al susto, pero ella despejó mis dudas enseguida.
– Tía, me ha encantado… Qué calientito estaba… ¿Te ha gustado a ti también?
– No sabes cuánto, cariño, no sabes cuánto. Lo has hecho muy bien…
– Otro día que mi madre no esté, ¿podemos hacerlo otra vez? ¡Di que sí, tía!
– Claro que sí. ¿Cómo le voy a negar nada a mi sobrina preferida? Pero la próxima vez te enseñaré cómo podemos hacerlo las dos juntas. Ahora vamos a lavarnos antes de que llegue tu madre.
– Tía… te quiero mucho. Me gustan las cosas que me enseñas.”
– ¡Maria… voy acabar! -exclamé entre gemidos- No aguanto más…
– Ya lo veo, Marcos -me contestó dulcemente, reduciendo un poco la velocidad de su mano sobre mi pija- Pero desde hoy me gustaría que me llamases ‘mamá’, quiero que me consideres como una segunda madre. Eso sí, una madre un poco degenerada… Pero sé que a ti te gusta que sea así…
– Sí, lo que tú quieras -respondí con los dientes apretados, a punto de acabar- Pero sigue, por favor, no pares… mamá.
– Claro que sí, hijo -dijo con una dulce expresión en la cara- Pero esta vez quiero que me acabes en mi boca. Demuéstrame lo mucho que te excita tu nueva madre.
Acelerando el movimiento de su mano me llevó al límite de mi resistencia. Era la paja más estupenda que me habían hecho en toda mi vida y segundos después lo iba a demostrar con hechos… Viendo acercarse el momento definitivo, se agachó entre mis piernas y condujo mi hinchada pija a su boca abierta.
-Mira cómo te la chupa la madre de tu novia -me dijo lamiendo y chupando sin parar- Mira cómo me manoseo por debajo de la falda. Dale a tu madre esa leche tan caliente que llevas en los huevos…
Todavía seguía hablando cuando el primer chorro salió con fuerza. Eso hizo que fuese a parar a sus gafas, que quedaron completamente llenas de leche. Los siguientes no siguieron el mismo camino, pues Maria devolvió rápidamente mi miembro a su boca y me lo chupó con destreza tragándose hasta la última gota de mi semen. No paró hasta dejarme completamente seco y mi pija limpia de leche.
– Mm… -gimió presa de una excitación sin límites, pasándose la pija por sus gafas llenas de semen- Qué bien… Es la leche más sabrosa que he probado en mi vida…
Se quitó las gafas y lamió el abundante semen que había impactado en ellas, todo ello sin dejar de menear mí cada vez más flácida pija con una mano mientras con la otra se masturbaba furiosamente bajo la falda. Por fin, un estremecedor grito anunció que había llegado al tan buscado orgasmo, que la dejó temblando sin control a mis pies.